mercredi 12 septembre 2012

El diccionario de la nueva madre

Llevo un tiempo sin escribir. Casi todo el verano, de hecho, ahora que caigo en la cuenta. La razón es muy simple y es que el momento tan esperado (y temido) llego al final y Gabriel, Gabi, bichillo, ratoncico, etc, nació el 9 de julio y ya nada fue de nuevo igual. El tiempo como noción desapareció y dio paso a una sucesión de días y noches sin distinción alguna.

No voy a hablar del parto porque la verdad es que aunque duró muchas horas no fue tan terrible como me esperaba (viva la ciencia y los anestesistas a los que otorgo mi veneración absoluta) y entrar en detalles sería propio de una película Gore, lo que no es el objetivo de este blog.

Lo que me gustaría es poder explicar cómo me siento y quién soy realmente desde que de repente en un segundo, el que duró la visión de un ser indefenso recién salido de mis entrañas, me convertí en madre.

Lo que está claro que hay un antes y un después. Antes lo más básico, como ir al baño, asearse y alimentarse dependía de un simple impulso, tienes ganas pues lo haces y basta. Vamos que ni te planteas la importancia del gesto en cuestión. Después tus deseos más elementales dependen de ese ser pequeñito que te busca con su mirada todo el día. Dependen de que no este desesperado por estar en tus brazos y te olvides hasta de hacer pipí (lo que teniendo en cuenta el estado de tu periné no es muy recomendable para tus pantalones). Una ducha sin lloros de fondo se convierte en un placer indescriptible, próximo del éxtasis celestial.

Descubres también lo que significa la palabra PACIENCIA. Paciencia no es escuchar a tu vecina pesada hablar del vecino del tercero que riega las plantas y moja su colada, o tener ganas de darle una torta a tu pareja cuando cambia el canal de tu serie preferida con el mando a distancia. NO, paciencia con mayúsculas, es tener a un bebé en los brazos durante cinco horas llorando y no desesperar y tirarte con él por la ventana (tengo suerte porque vivo en un primero a pocos metros del suelo).

También comprendes lo que es tener MIEDO de verdad, peor que una noche con Stephen King y Alfred Hitchcock juntos contandote historias. Miedo es lo que vives cuando has dormido a tu hijo en los brazos y lo dejas en la cuna, con un movimiento milimetrado digno de un equilibrista, para que no descubra el cambio de posición y se despierte. Miedo de verdad es meterle en el coche y coger el "Périphérique" parisino con el corazón en un puño mientras el angelito duerme tranquilo sin preocuparse por la banda de zombies al volante que le rodean.

Por primera vez entiendes también lo que significa el CANSANCIO. El CS (cansancio supremo) es dormir tres horas seguidas y despertarte cada vez para llegar febril a la cuna sacarte una teta que apenas encuentras (y no sera por el tamaño del aparato en cuestión) y volver a dormir dos horas después y no recordar nada al día siguiente.

El IMPUDOR, sensación que pensabas no existir para ti, se convierte en tu compañero inseparable cada vez que das el pecho en un lugar no apto para tales menesteres (como en plena boda en medio de los amigos de tu marido o delante de tu suegro mientras se toma un café en tu casa... sin leche menos mal). También la VERGÜENZA desaparece para transformarse en la palabra SINVERGÜENZA cuando tu hijo "libera" gases, con una acústica digna de cualquier adulto de doscientos kilos, a la altura de la caja del Super o en la silenciosa sala de espera del pediatra.

Pero ser madre es sobre todo descubrir el significado de la palabra DEPENDENCIA. Dependencia de sus manitas, de sus piececitos, de sus ojitos llorosos, del olor a leche fermentada de los pliegues de su cuello, de sus primeras sonrisas y "ajos" (en francés "areu", va a saber porqué), de sus orejitas puntiagudas y dependencia hasta de las babas en tus camisetas "Comptoir des cotonniers" que te costaron dos costillas y medio riñón (y eso de rebajas). Es la droga que genera mayor adicción y de la que sabes que nunca podrás curarte, y que más da, te encanta :)